- "El comandante de la misión, que también se hizo muy amigo mio, era un francés típico, bueno y colérico, tan apasionado por el ajedrez que cuando me dejaba ganar me obsequiaba con grandes paquetes de azúcar, té, macarrones y pastas, cosas que ya escaseaban mucho en Rusia, y, en cambio, cuando perdía se encolerizaba y decía que yo le habían hecho trampas. Me ganaba casi siempre, naturalmente."
- "Pero me juró por la salud de su hija que no me había engañado, y tuve que resignarme. Yo no soy supersticioso, pero en Moscú dejamos enterrada a la hija. Dios le haya perdonado."
- "¡Quien no se atrevía a echarse un farol, si en el tiempo que mediase entre el envido y el quiero uno de aquellos obuses que iban contra el kremlin podía equivocarse y levantar la partida sin que se diesen las vueltas reglamentarias!"
- "Pero yo los recogí, me los llevé a casa, les di de comer, les proporcioné cama y abrigo, y al día siguiente les presté doscientos rublos kerenski para que pudieran irse hasta Minsk. No lo hice por que me lo agradecieran, que no me lo han agradecido -ni pagado-, sino por mi mismo. Porque nadie sabe tan bien como yo con cuanta ilusión se llama a la puerta de un compatriota cuando a mil leguas de la tierra de uno se tiene hambre y frío y no hay nadie entre millones de personas una sola al que le importe que no muera o deje de morirse."
- "La miseria en que yacían era espantosa. La última vez que les vi no tenían ya ni que ponerse. El andaba por las calles de Kiev descalzo y con el frac. La pobre polaca cayó enferma de hambre y de hambre murió, mientras el zancajeaba inútilmente buscando un pedazo de pan. Habían llegado a tal extremo de miseria que el cadáver de la triste bailarina quedó completamente desnudo sobre los barrotes de la cama. El no quiso que la enterrasen así, y estuvo varios días sin dar parte del fallecimiento, correteando angustiosamente por las calles de Kiev en busca de un poco de dinero con el que comprar siquiera un lienzo para echar por encima como sudario a su infortunada compañera. Hubo un momento en que pensó amortajarla con el frac, pero entonces se quedaba él sin poder salir siquiera a la calle. Aquella patética situación se prolongó hasta que los vecinos denunciaron el hedor que desprendía el cadáver al descomponerse. Desnuda enterraron a la pobre bailarina. Tras ella iba con su frac, y descalzo, grotesco como un pelele, el camarada que no pudo ahorrarle aquella postrera vergüenza."
- "A esa hora los soldados de la Checa o los verdugos voluntarios se presentaban en los sótanos de la Elisabetkaya o la Catherinskaya, donde estaban las prisiones, y llamaban por sus nombres a los detenidos que tenían en las listas la terrible tachadura roja del camarada Mischa. Al oír sus nombres los infelices prisioneros, que sabían lo que les aguardaba, se despedían de sus camaradas de infortunio, y, con el ansia de dejar algún rastro de sus vidas antes de desaparecer para siempre, ponían en las paredes del calabozo sus nombres entre una cruz y una flecha".
- "Cuando cayó la noche siguió la lucha en las barriadas. La población civil, viejos, niños y mujeres se refugió en la parte alta de Kiev, donde estuvo hasta que fue de día llorando y rezando para que aquella carnicería terminase. Y lo curioso era que le pedían a Dios que triunfasen los bolcheviques".
- "Cuando se tiene hambre no se es capaz de nada. Ni de protestar siquiera. (...) Toda mi vida me acordaré de una mujer famélica con un niño en brazos que, al pasar, estuve viendo durante varios días sentada en un portal próximo a la casa en que vivíamos. El primer día que reparé en ella aquella mujer pedía pan a los que pasaban, y su hijo se revolvía en su regazo llorando. Al día siguiente la infeliz mujer, extenuada, ni siquiera tendía la mano a los transeúntes. Así siguió dos o tres días. Una mañana me fijé en que la mujer ya ni siquiera se movía. Se había quedado muerta de inanición en la misma postura que tenía. El chiquillo, prisionero entre los brazos agarrotados del cadáver, lloraba todavía. Cuando pasé al día siguiente ya tampoco se quejaba la criatura."
El maestro Juan Martínez que estaba allí
Manuel Chaves Nogales
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